Carlos Duarte conmovió al mundo con ese currículum “artesanal”. No tenía plata para imprimirlo. Una mujer lo compartió en Facebook y la historia llegó de Córdoba hasta la India.
Carlos Duarte trabaja en una enorme fábrica de vidrios. La más grande del país. Tiene 21 años y es cordobés. Y gracioso y carismático. Pero no. No es el Charles Chaplin de Tiempos Modernos con soundtrack de La Mona Jiménez.
En unos días se cumple un año de su primer día de trabajo. Formal. En blanco. Algo que, como había dicho a Clarín en septiembre de 2018, ningún otro Duarte -al menos, de su linaje cuartetero- logró jamás.
Él es “el chico que escribió su CV a mano porque no tenía plata para imprimirlo”. Carlos no es una fake news electoral para hablar de desempleo. Pero sí es un viral. Un viral que toma Fernet y hace “asadazos”.
Desde el muro de Facebook y el Instagram de Eugenia López, la empleada de una confitería del centro de Córdoba que recibió la “impresentable hoja” de Carlos -como se excusó él al dársela-, su historia llegó hasta a los diarios de Asia, como The Indian Express. Carlos tampoco es un Avenger. No es un héroe de Marvel, con un “CV” brillante en el pecho. Pero su voluntad -la de patear horas para entregar esos curriculums “artesanales”- sigue inspirando a todos. Carlos no vuela. Pero ascendió. No tiene poderes. Pero genera empatía.
Hoy están juntos con Clarín donde se conocieron. En el mismo lugar en el que luego él la estaría esperando a ella. Con camarógrafos y cronistas.
“Avancé bastante. Aprendí un montonazo. Muchísimo. Pasé a cargar vidrios a la lavadora. Que es donde pasa el vidrio y después pegan el marco que antes salaba yo. Ya tengo Categoría 2“, cuenta.
¿Qué significa? “Arranqué como operario base, categoría 1, y ya pasé a donde estoy hoy. Es otra responsabilidad.” Después de los cuatro meses de trabajo, el jefe de planta de Vidrios Piazze, Christian Trivieri, debe evaluar el ascenso. “Es según lo que aprendas. Y de las referencias que dejen sobre vos los jefes de sectores. O esa me tiraron, para hacerme sentir bien”, dice entre risas. En la fábrica hay 5 categorías.
─En tu primer día de trabajo habías dicho que entrabas a la fábrica sin saber “qué era un vidrio”. ¿Ahora ya sabés en qué sos bueno dentro de este rubro tan preciso?
─Qué difícil… todavía me quedan muchas cosas por aprender. No les quiero faltar el respeto a los que de verdad saben del oficio. Pero digamos que soy bueno en ponerme las pilas pensando ‘qué puedo hacer para subir a la próxima categoría’. Porque gano más plata y puedo seguir ayudando en casa.
Cuando Eugenia cumplió 40, el 13 de marzo, entró con un ramo de flores a la confitería. Fue una sorpresa para ella, como la llama, su “salvadora viral”.
Carlos no es bueno cuidando celulares. El que tenía hace un año -ese “tan viejo que tenía que encender metiéndole un palito”, y desde el que les contaba su historia a periodistas de El País, de España, o de Perú- “llegó un momento que no pudo más”. Compró uno “baratito” y no aguantó una caída. A otro lo perdió. “Ahí dije ’ya está. No me compro ninguno más’”. Pero sucumbió al encanto móvil. Al de ahora, dice, le va a poner “un colchón” en vez de una fundita.
“Estoy más maduro”, dice al pasar. Sigue siendo puntual. Aunque “una vez me quedé dormido y llegué tarde”, apunta. Carlos tiene horarios rotativos. Antes tenía que levantarse a las 4.30 y tomar dos colectivos para llegar a las 6 de la mañana. Pero ahora se compró una moto. “Le meto y en media hora estoy en la fábrica. Sólo para llegar a laburar la compré”.
Su papá acaba de tener un bebé. Así que dejó de ser el más chico de la familia. También de la fábrica. “Entraron muchos del PPP”, cuenta. Habla del Programa Primer Paso, que promueve el gobierno de esa provincia para facilitar la transición hacia el empleo formal de jóvenes. “Se acercan a preguntarme cosas. Que cómo se me dio por hacer eso (escribir los curriculums a mano). Que cómo me sentí cuando todo se viralizó. Que cómo estoy después de todo este tiempo.”
Antes de toda esta fama viral. Eugenia ya era experta en curriculums. “Soy un filtro”, dice ella. Al estar en la caja de la confitería donde trabaja, recibe todos los papeles.
“Algunos vienen con la hoja hecha un bollo. Leo y veo que tienen 18 años. Los entiendo y la estiro. Otros ven que estoy atendiendo a un cliente y no les importa nada: ‘te dejo mi currículum’. Te interrumpen. Carlos vino un 21 de septiembre. El local estaba lleno. Esperó a que atendiera al último y ahí recién se acercó”, recuerda.
─¿Cómo estás un año después de tu primer día de trabajo?
─Estoy más maduro, más responsable. Antes no, para nada. Cambiaron mil cosas en mí mismo. Pienso en qué pasaría si pierdo el trabajo. Es que esto me sigue cambiando la vida. Me imagino proyectos a futuro. Quiero cumplirlos. Quiero tener un mañana.
El primer proyecto a cumplir: la casa propia. Lo dice y se emociona. Este diario conoce muy bien cómo se le ponen los ojos antes de la primera lágrima. Es que en Carlos, detrás de tanta sonrisa -y ahí sí como Chaplin- también hay algo de tristeza. Una historia familiar difícil, que prefiere reservar. “Quiero retribuirles a quienes me ayudaron. A Euge, la número uno.”
“Es verdad que Carlitos está más maduro. Te podés dar cuenta con lo de recién. Desde la puerta de la confitería le preguntó a una compañera si podía pasar para esta entrevista. Hace unos meses, hubiese entrado a los gritos: ¡Buenaaaas! ¡¿Qué hacés Euge?¡ ¡¿Cómo estánnn?!. Es como mi hijo. Además lo veo más lindo. Cuando vino a traerme las flores, una señora lo llamó a la mesa y le preguntó si quería ser modelo. Imaginate. A este pendejo no lo para nadie”, dice.
Hace 5 meses conoció a Brenda, de 18, en la casa de un amigo. Hace 3 empezaron a salir. Noviazgo formal. “Nos pusimos de novio rápido. Como para no perder la emoción”, dice. Y ríe.
Carlos ni siquiera deja de sonreír al hablar de los horarios rotativos en la fábrica. “Todos tienen un beneficio. De mañana: te queda toda la tarde para vos. Pero te levantás a la mañana tempranito, que es muy difícil. A la tarde: tenés la mañana para hacer cosas, trámites. A la noche también está bueno, porque ya no voy al baile. Pero en la línea donde estoy yo no piden mucho a la noche.”
Aunque Eugenia aún no recibió el abrazo de Abel Pintos, su ídolo, -que es lo que Carlos intenta conseguirle-, a partir de lo qué pasó con el CV ella empezó a ser “guardiana” de otros. Cómo de Angelo, el chico de 12 años que estudia inglés en una peatonal de Córdoba con 4 grados y se sacó 9.50. “Ya está a punto de empezar la beca para estudiar mecánica en la escuela Fiat o Renault”, informa la “guardiana”.
Si los lectores de Nueva Delhi vieron a Carlos como la versión no ficcional de Jamal Malik, el chico de 18 años que responde preguntas en la película india “¿Quién quiere ser millonario?“, ¿Cuánto falta para que Carlos Duarte esté frente Santiago del Moro? Al igual que el héroe de ese film, que ganó el Oscar, Carlos usó su ingenio y ganó una fortuna viral. Ese es su poder. La reacción empática.